"Embarazada. Otra muestra de sangre.¨(¨Rosemary's Baby", Roman Polanski, 1968)
Rosemary y Guy son un matrimonio más o menos feliz y enamorado. En su nuevo, amplio y luminoso departamento de Nueva York, buscan juntos la tranquilidad, el éxito y la descendencia. Entonces conocen a sus vecinos, Minnie y Roman, una pareja de ancianos con los que entablan una amable y familiar relación. Una relación que aparece rápida, vertiginosa, inasible, extraña.
Y entonces, Rosemary se queda embarazada.
"El bebé de Rosemary" o "La semilla del Diablo" (título spoiler donde los haya, pobres mis amigos peninsulares), es una película de Roman Polanski, protagonizada por la absolutamente preciosa y genial Mia Farrow, por el no menos genial John Cassavets, cabezas de un reparto de ensueño en el cual brilla como nadie Ruth Gordon, la amable y temible Minnie. Es una película de horror única, por su sutileza, sus ritmos propios, su agilidad dramática. Se disfruta cada fotograma, porque es fantasmal y onírica a la vez que, cuando la narración lo requiere, es cruda y real y feroz.
Y ya está. Porque es una joya y a las joyas no hay que pulirlas tanto, que ya brillan de por sí. De manera que a morirse de miedo con esta pesadilla mágica de Polanski, a quien tanto queremos. Con esta pesadilla que tanto ha dado de sí en la cultura popular, dentro y fuera del cine, de la que se sigue hablando cincuenta años después de que fue filmada.
Larga vida al miedo.
Abrazos.
Y entonces, Rosemary se queda embarazada.
"El bebé de Rosemary" o "La semilla del Diablo" (título spoiler donde los haya, pobres mis amigos peninsulares), es una película de Roman Polanski, protagonizada por la absolutamente preciosa y genial Mia Farrow, por el no menos genial John Cassavets, cabezas de un reparto de ensueño en el cual brilla como nadie Ruth Gordon, la amable y temible Minnie. Es una película de horror única, por su sutileza, sus ritmos propios, su agilidad dramática. Se disfruta cada fotograma, porque es fantasmal y onírica a la vez que, cuando la narración lo requiere, es cruda y real y feroz.
Y ya está. Porque es una joya y a las joyas no hay que pulirlas tanto, que ya brillan de por sí. De manera que a morirse de miedo con esta pesadilla mágica de Polanski, a quien tanto queremos. Con esta pesadilla que tanto ha dado de sí en la cultura popular, dentro y fuera del cine, de la que se sigue hablando cincuenta años después de que fue filmada.
Larga vida al miedo.
Abrazos.
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