Dejar de amar ("The Hunger" - "El Ansia" - Tony Scott, 1983)

Miriam y John (C. Deneuve y D. Bowie) conforman un matrimonio de vampiros. Llevan una ¿vida? de glamour y excesos que sólo pueden permitirse quienes son inmortales. Entonces, John empieza a envejecer. Pero muy, muy aceleradamente. Como cualquier mortal, se asusta y busca ayuda en la medicina. Y se conecta con Sarah (Susan Sarandon), una científica que se dedica a investigar el envejecimiento.

Ahora bien: ¿Por qué envejecemos? ¿Qué es lo que hace que empecemos a desgastarnos, a decaer, y en qué punto y en qué instante comienza el desgaste y por qué? ¿Cómo es que pasamos, y en qué momento pasamos? ¿Empezaste a envejecer a los treinta? ¿A los cincuenta? Sentiste que empezabas a declinar ¿cuándo?

Eso se pregunta John, y de eso va la película del malhadado Tony Scott, a quien aquí homenajeamos. Porque puede que esta película de vampiros sea su ópera prima y su ópera máxima. Tony Scott fue un preciosista, y nos ha regalado momentos bellísimos aunque nunca, nunca inesperados. Y es así, salvo en "El Ansia", ya diremos por qué.

Tony Scott dirigió, entre otras, "Top Gun", "Crinsom Tide", "Man on Fire", "Déjà Vu". En todas, la cámara es un delirio y un exceso. Tienen, todas, momentos excelsos que cometen el pecado de durar demasiado. ¿Por qué envejecemos? ¿Cuándo es que empezamos a declinar?

David Bowie, Catherine Deneuve y Susan Sarandon son geniales y Tony Scott los muestra geniales en esta joya de dramatismo gótico decadente. Es una de vampiros genial e irrepetible, donde la cámara habla y anuncia el exceso que es la marca de Tony Scott. Para quien la aguanta, porque es una joya demasiado brillante. Demasiado brillo.

Envejecemos. En determinado momento, que nunca sabemos cuándo es, dejamos de ser brillantes, dejamos de ser maravillosos y empezamos a oler, a tener planos cerrados, a segregar humores y a hacer ruidos al dormir. Nuestros cuerpos pasan de celestiales a biológicos y empezamos a soltar cosas, a eructar y a eliminar siempre y cuando podamos, y después, incluso, a no controlar esos tiempos biológicos. ¿Cuándo? ¿Cuándo el declive? ¿Cuándo el comienzo del descenso?

La película de Tony Scott lo dice de una manera tan clara, tan triste y patética que vale toda su obra y todo su exceso. Eso se han preguntado decenas de críticos estúpidos incapaces de verlo, cuando la metáfora está tan expuesta que hasta resulta obscena.  Y es tan obvio que incluso está explícito: Miriam deja de amar, y no sabe ni puede saber porqué ni cómo ni cuándo. No hay culpa ni hay salvación. Nos dejan de amar, dejamos de amar, y es así. Empezamos a morir cuando dejan de amarnos, y cuándo sucede tal cosa no lo sabe nadie. Y eso es bello, terriblemente bello y es desgarrador a la vez: es lo que le da sentido al mito del vampiro, y que Anne Rice se muera de envidia, porque Tony Scott lo dijo más corto, más doloroso y más precioso veinte años antes. Porque no tiene sentido explicar tanto ni derramar tanta sangre: Nos dejan de amar y nos empiezan a oler. Empezamos a morirnos, porque es así, porque así somos y eso es lo que somos. Cuando nos dejan de amar, y nadie sabe cuándo, empezamos a morirnos. Y John, sabe Dios, tuvo bastante más tiempo que cualquiera de nosostros.

Vaya desde aquí el aplauso a Tony Scott, ese artista excesivo al que en este lugar queremos muchísimo, ya que no aplaudimos la perfección de Miriam ni la obsesión de Sarah. Porque si el camino de la muerte es la decadencia, que venga entonces y que venga rápido. Con las últimas fuerzas, aplaudiremos cada exceso.

Abrazos.

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